"Santi, entiendo perfectamente el valor de tener una comunidad activa. Pero honestamente, no tengo tiempo para esto. No quiero más trabajo."
La conversación sucedió hace tres semanas con la founder de una startup que busca mejorar la cultura dentro de las empresas y que tiene más de 200,000 seguidores en Instagram. Sus clientes la adoran. Literalmente recibe varios mensajes a la semana agradeciéndole por cambiar vidas. Tiene un grupo de WhatsApp con 400 miembros donde ella responde personalmente cada pregunta.
Y está exhausta.
"Es que si no respondo yo, siento que los estoy defraudando", me confesó. "Ellos vienen por mí, por mi método, por mi forma de ver las cosas."
Esta tensión la he visto repetirse una y otra vez con los Creadores de Comunidad que forman parte de MUTUO. Fundadores brillantes que han construido productos o servicios extraordinarios, que han cultivado grupos de fans leales, pero que están atrapados en una paradoja: saben que hay un potencial enorme en su comunidad, pero hacer algo al respecto se siente como una distracción de su negocio principal.
O peor aún, se siente como perder el control.
Entiendo perfectamente de dónde viene este miedo.
La mayoría de los fundadores exitosos que conozco son personas intensamente hands-on. Su éxito viene precisamente de estar en el frente de batalla, hablando directamente con clientes, iterando su producto basándose en cada comentario, cada queja, cada sugerencia.
Es natural pensar que la comunidad debe funcionar igual. "Si yo no estoy ahí respondiendo, guiando, moderando... ¿quién va a mantener la calidad? ¿Quién va a asegurar que se mantenga la esencia?"
Pero aquí está el problema: ese approach que funciona tan bien para construir un producto, es exactamente lo que mata una comunidad.
Porque si todos los mensajes vienen del líder hacia los miembros, ahí no hay una comunidad.
Hay una audiencia.
La respuesta no está en contratar community leads. Tampoco en invertir en plataformas costosas que prometen "automatizar el engagement".
La respuesta está en dos cosas que parecen simples pero que requieren un cambio profundo de mentalidad.
Primero: Claridad absoluta desde el inicio.
¿Para quién es esta comunidad? ¿Qué propósito sirve? ¿Qué encontrará la gente aquí que no encuentra en ningún otro lado?
Este primer paso suele ser el más fácil para los fundadores. Es estrategia pura. Es definir un norte. Y los buenos fundadores son excelentes definiendo nortes.
Segundo: Descentralización radical.
Y aquí es donde todo se complica.
"¿Descentralizar? ¿Me estás diciendo que suelte el control de MI comunidad?"
Sí. Exactamente eso.
Pero no es soltarlo al vacío. Es soltarlo estratégicamente a las manos correctas.
En cada grupo de 100 personas que siguen apasionadamente un proyecto, hay al menos 10 que están tan emocionalmente invertidas en su éxito que estarían dispuestas a co-liderarlo. No por dinero. No por estatus. Por amor al proyecto y a lo que representa.
Estos son tus líderes naturales. Personas que ya están respondiendo preguntas en el grupo. Que organizan encuentros informales. Que defienden tu marca cuando alguien la critica.
El trabajo no es crearlos. Ya existen. El trabajo es identificarlos, empoderarlos y —aquí viene lo difícil— confiar en ellos.
Recuerdo una conversación con Javier Morodo, uno de los fundadores más exitosos que conozco en temas de comunidad. Me dijo algo que me quedó grabado:
"El día que dejé de responder cada mensaje en mi comunidad fue el día que realmente dio un brinco. Permití que otros líderes emergieran. Y ahora la comunidad se sostiene sola.”
Esto no significa desaparecer. Significa evolucionar tu rol de "el que tiene todas las respuestas" a "el que mantiene la visión y cultura vivas".
En la práctica, ¿cómo se ve esto?
Empiezas identificando a esos líderes naturales. Les das un rol específico (no solo un título bonito). Creas guidelines claros sobre el propósito y los valores de la comunidad, pero les das libertad para implementarlos según su estilo.
Sí, uno organizará eventos más formales. Otro preferirá organizar un hike al Nevado de Toluca. Alguien más creará un podcast interno.
¿Y sabes qué? Esa diversidad es exactamente lo que hace a una comunidad vibrante.
Porque una comunidad real no es un ejército donde todos marchan al mismo paso. Es un ecosistema donde diferentes personas aportan diferentes energías, todas alineadas a un propósito común.
La founder de la que te hablé al inicio tomó una decisión valiente. Identificó a 12 miembros súper activos de su grupo y los invitó a ser "Champions" de la comunidad. Les dio guidelines específicos pero también libertad creativa.
Ayer me escribió:
"No lo puedo creer. El grupo está más activo que nunca. Se están organizando encuentros locales que yo ni sabía. Hay conversaciones profundas sucediendo sin que yo tenga que iniciarlas. De la nada tengo más tiempo para enfocarme en mejorar mi producto, que es lo que me apasiona."
Y agregó algo que me pareció brillante:
"Ahora entiendo. No perdí el control. Lo distribuí. Y al distribuirlo, se multiplicó."
Es apenas el inicio, pero ya se siente prometedor.
Sé que soltar no es fácil. Especialmente cuando has construido algo con tanto esfuerzo, cuando cada cliente es importante, cuando sientes que tu reputación está en juego con cada interacción.
Pero piénsalo así: ¿Prefieres ser el cuello de botella de tu comunidad o el catalizador de su crecimiento?
¿Prefieres 100 personas que dependen de ti o 1,000 que se apoyan mutuamente?
¿Prefieres una audiencia que te escucha o una comunidad que co-crea contigo?
La elección, como siempre, es tuya.
Después de ver cantidad de comunidades florecer cuando sus fundadores aprenden a soltar, puedo decirte una cosa con certeza: las comunidades más poderosas no son las que el fundador controla.
Son las que el fundador libera.
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