Somos seres sociales por naturaleza. Desde que habitamos este planeta, la tendencia más innata que tenemos es la de reunirnos. Lo hacemos para celebrar, para llorar, para superar obstáculos y para compartir el peso de la vida. Es en la unión donde encontramos nuestra verdadera fuerza, nuestra capacidad de seguir adelante. Sí, suena muy cursi, pero también es la cosa más real.
Y con la tecnología, la pandemia, y miles de cosas que ha provocado que nos sintamos un poco demasiado cómodos con aislarnos, hemos perdido esa capacidad de reunirnos más. Mientras que sí, es importante tener límites y saber en qué espacios y lugares queremos estar, también a veces hay que incomodarnos para tener experiencias compartidas.
Me gusta pensar en las hazañas. Porque es cuando más noto el poder de una comunidad, pero en realidad la experiencia compartida 99% de las veces es superior a la experiencia solitaria. Esta “hazaña” puede ser correr un maratón, o cuidar de alguien enfermo, solucionar un problema con el equipo de trabajo, atravesar un día complejo de viaje, etc. Las hazañas compartidas no solo son mejores, sino que son la clave para una vida más plena. No estamos hechos para resolverlo todo solos. Cuando compartes tus desafíos, te das cuenta de que la carga se aligera. En una comunidad, las fortalezas de uno complementan las debilidades del otro, creando un tejido de apoyo que nos permite avanzar mucho más lejos de lo que podríamos hacerlo de forma individual. La vida, con todas sus complejidades, se siente más ligera y, verdaderamente, más disfrutable.
Pero seamos honestos, la comunidad no siempre es cómoda o conveniente. Como bien es analizado en este artículo de TIME, "la molestia es el precio que pagamos por la comunidad". Esto significa estar dispuestos a compartir espacios, a escuchar perspectivas diferentes y a ser vulnerables, incluso cuando preferiríamos estar solos. Es aceptar que a veces tendremos que ir a eventos que no queremos o hacer favores que nos sacan de nuestra zona de confort.
Porque estas “molestias” —lo que podríamos considerar los momentos difíciles, aburridos y mundanos— se convierten en la base de nuestras conexiones con los demás. Y en lo que significa formar parte de una comunidad.
Mantenernos en alerta para aprender de los demás es un acto de humildad y una oportunidad de crecimiento constante. Es en el reflejo del otro donde podemos vernos con mayor claridad, entender nuestras propias limitaciones y celebrar nuestros progresos. La mirada del otro no solo nos ayuda, sino que nos impulsa a ser mejores.
Básicamente, la vida es una aventura compartida. Cada victoria, cada derrota, cada lección aprendida, se magnifica cuando la vivimos junto a otros. La comunidad no es solo un lugar de apoyo, sino un motor de crecimiento que nos recuerda que todo, absolutamente todo, es mejor cuando lo compartimos.
Sé que le debo mucho a mi familia, mis amigos y mi comunidad. Nos apoyamos mutuamente en algunos de los momentos cotidianos menos glamurosos: organizamos citas para que los niños jueguen cuando no hay colegio; llevamos comida a alguien que ha perdido a un ser querido; recogemos a un vecino cuando su coche no arranca. No creo que nada de esto sea un inconveniente o una molestia. Porque para eso está la comunidad y así es como nos apoyamos mutuamente.
– Mita Mallik